La radio fundamenta su capacidad de comunicar, de transmitir sensaciones, en la combinación de cuatro recursos sonoros:
la palabra,
la música.,
los ruidos,
y
el silencio.
Combinados entre sí o individualmente, estos recursos conforman el discurso, el mensaje radiofónico, cuya característica esencial es, su unisensorialidad.
Sin embargo, la radio, aunque no utiliza el soporte de la imagen, puede estimular la imaginación del oyente. «El guionista y comentarista radiofónico escoge sus palabras de forma que creen las imágenes adecuadas en la mente del oyente, consiguiendo así que su relato sea comprendido y debidamente interpretado.» (McLeish 1985:16)
Hay que abordar un programa de radio como si fuera un viaje a un país desconocido. Como una expedición por una geografía ignota y sugerente, en la que participan dos equipos, coordinados con vistas a un objetivo único, pero empeñados en misiones, tareas, cometidos distintos y específicos para cada uno de ellos.
Unos y otros se guían por un solo sistema de señales – código de instrucciones- y avanzan por un mismo territorio, pero no en soledad: se les vigila.
No hay dos programas iguales, como no existen dos países, sino dos viajes iguales, ni aunque el viaje lo realice la misma persona, a través de un espacio conocido y en idéntica compañía, cambian sus circunstancias, o se viven de una manera diferente. Se centra la atención en un aspecto que antes no se advirtió. Establecemos entre las cosas, las pautas, los silencios, nuevas relaciones.. Las palabras suenan, en el mismo lugar y condiciones, de un modo diferente. Se hallan satisfacciones imprevistas, dificultades, momentos en que el suelo, para bien o para mal, parece que nos falta debajo de los pies -porque no existe mapa que detalle todos los accidentes del terreno, ni experiencia que se pueda aplicar a cada paso-. Y se llega al final, la más de entre las veces aliviado (si haya suerte) y, sobre todo, exhausto. Eso o estamos muertos y, en tal caso, carece de sentido preocuparse.
El programa es un VIAJE y el ESPACIO (la tierra prometida) es el TIEMPO que ese programa -«espacio» se le llama también- dura. En ese ESPACIO/TIEMPO se dibujan, a modo de accidentes, los contornos, paises, los momentos/lugares por los que la acción fluye y en él se desarrolla un argumento. No importa que se trate de un programa informativo, musical, «de compañia» o de «creación» pura: todos tejen su «línea argumental» y todos necesitan un ESPACIO donde desenvolverse.
Pero ese ESPACIO ¿existe? Salvo en su dimensión transitable -donde el programa debe producirse- es sólo un hueco en la programación : es el vacío.
El objetivo del PROGRAMA es sacar ese ESPACIO de la nada. La función del GUIÓN es darle unos contornos definidos, crear su geografía, y habitarlo.
Hablamos del programa como un viaje cuyo destinatario final es el oyente, que es quien, con su aceptación o su rechazo, nos va a dar la media del éxito, aunque aquí no estaría de mas arriesgar una primera puntualización: el éxito o el fracaso de un programa como tal se debe medir en tanto haya logrado la atención y el reconocimiento del público al que dicho programa se dirige, no en función de los índices absolutos de audiencia, que preocupan, sin duda, a la emisora. Ésta calibrará si dicho púbico debe ser atendido o despreciado- de ahí la polémíca sobre las radios «de servicio» y su vigencia, en contraposición a las radios llamados «comerciales».
El oyente es el fin y la sanción, pero nos vamos a permitir una pequeña «venganza»: él hace el viaje, va montado en la barca y ve el paisaje, se emociona, se moja y rema a veces, pero apenas si nota resistencia ni el tirón del timón o de las riendas: su placer es vicario. El placer primogenio, el más puro placer, es el del creador; en el sentido de aquel que, no sabiendo qué va a ocurrir después (ni dónde, ni por qué), ya en el guión, ya en el «directo» mismo o en las grabaciones, puede determinarlo.
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